En vivo, Valle de Muñecas entrega una poderosa combinación de melodías sutiles y potencia rockera.
Imagen: Gentileza Martín Santoro.
Tea (des)Connection. “Este es el rojo”, advierte la moza. A lo que Mariano Esain responde: “Mi té era verde con frutos rojos”. Pero la empleada del café bistró se planta, y además lo justifica: “Se me confunden todos”. Al percatarse de la apatía de su interlocutora, el cantante y guitarrista prefiere ponerle paños fríos al toma y daca. Sin embargo, justo antes de decirle que lo deje así, la chica toma la bandeja y regresa al mostrador. “Será el mejor show posible”, adelanta el líder de Valle de Muñecas sobre la presentación formal de El final de las primaveras, el más reciente disco de su grupo, hoy en La Trastienda Club (Balcarce 460), mientras aguarda su té. Dos minutos más tarde, la camarera regresa a la mesa, ubicada en la vereda en una tarde pegajosa a causa de la humedad, con sendos juegos de tazas y jarras blancas. Si bien esta vez trajo la infusión que había pedido el entrevistado, al redactor, que originalmente esperaba una negra en hebras, le impuso la roja paria. “Ya está. Dejala”. Será mejor meterse en la charla.
–A propósito del título, ¿no hubiese estado bueno presentar el disco en primavera?
–La primavera es una metáfora. No tiene un significado particular, aunque salió a la venta casi en esa estación. Hay artistas que presentan el disco un año luego de editarlo.
–Y también están los que nunca lo presentaron, o los que se animaron a hacerlo 40 años más tarde, como Lou Reed con Berlin.
–Uno hace un show, y lo llama presentación. Es nuestra manera de darle un marco especial al recital.
–¿Cómo son los tiempos de un disco independiente?
–Hay una parte del proceso que es menos calculada que la que puede tener una banda de una compañía grande. En ocasiones los tiempos se alargan por cuestiones relacionadas con la vida personal de cada uno, y más en nuestro caso porque la producción y la mezcla recaen en mí. Otro de los rasgos que diferencia a un artista independiente es que muchas veces llega al estudio con las canciones del álbum tocadas. Si bien El final de las primaveras estaba previsto para mediados de 2015, lo lanzamos en noviembre. Así que nos pareció que cuatro o cinco meses eran suficientes para que la gente conociera los temas. No íbamos a salir a presentarlo dos semanas más tarde.
–Aunque pasaron pocos meses desde su aparición, ¿aún se siente conforme con el resultado?
–Estoy todavía en el momento de idilio con el disco. Me parece que es el mejor que hice. Estoy súper contento. A pesar de que es un trabajo de canciones y de rock, es un poco más hermético que el anterior, más desde el lado de la producción que de la composición. Hay más variedad de timbres. Hubo una preocupación porque cada tema tuviera su propio sonido de batería, de guitarra e incluso de voces.
–¿El final de las primaveras tuvo algún disparador conceptual o sólo fue la reafirmación de la identidad sonora de Valle de Muñecas?
–La banda tiene una identidad más o menos definida, que se va moldeando todo el tiempo en la medida que uno incorpora nuevas influencias. Por otro lado, no me gusta repetirme. En cada álbum que encaro busco estar en un lugar en el que no estuve en los otros. Después, de acuerdo al sitio donde uno esté parado o al background musical, el disco puede parecer un cambio brusco con respecto al anterior o más de lo mismo. De hecho, nos encontramos con los dos tipos de feedbacks.
Patriota de la melancolía y cultor de la melodía, lo que lo convirtió en autor de algunos de los himnos más sobrecogedores de la música popular contemporánea argentina de los últimos diez años –pese a que las radios FM locales se empeñen en darles la espalda–, Manza (alias de Mariano Esain), tras la separación de su anterior proyecto, Menos Que Cero, diseñó una banda a la altura de sus necesidades cancioneras y de las influencias que lo empujaron hacia esa dimensión. Por lo que los temas del grupo que completan su hermano Luciano (baterista y también integrante de la agrupación Acorazado Potemkin), Mariano López Gringauz (bajista) y Fernando Blanco (guitarrista) son un salto al vacío de la emoción en clave de post punk, power pop y garage rock. Aunque con ese inconfundible acento taciturno rioplatense que se tornó en su identikit, el mismo que coronó a este pelado de verborragia expeditiva y apasionada como uno de los grandes cantautores del país. Y eso lo confirma su quinto álbum de estudio, donde el cuarteto hizo hincapié en los matices.
“Era una de las cosas que estábamos buscando”, asegura el músico y productor, integrante en la década del noventa de la agrupación Martes Menta, en la que también participó Ariel Minimal (hoy Ariel Sanzo), actual líder de Pez. “Yo quería ese sonido de guitarra más envolvente de bandas como Black Rebel Motorcycle Club, Crocodiles o The Raveonettes. Es un trabajo que coincide con el afianzamiento de esta formación con Fernando. Si bien está con nosotros desde hace siete u ocho años, cuando entró el disco anterior estaba en proceso. De manera que es el primer material que compongo sabiendo que él va estar, donde hacemos los arreglos juntos en la sala y en el que la pareja de guitarras está muy al frente y segura de lo que hace. El álbum pasado, La autopista corre del océano hasta el amanecer (2011), fue más de laboratorio. Aprendimos el laburo de textura y producción. Por lo que en El final de las primaveras queríamos ese sonido que tiene que ver con el color de las voces y la profundidad de los reverbs y de los delays, que por ahí le da una cosa más flotante que no solían tener nuestros discos anteriores, que era más directos”.
–Es interesante lo que cuenta, porque Valle de Muñecas por momentos parece un proyecto solista. ¿Hasta dónde llega la participación del resto de los integrantes?
–Todo el tiempo hago el esfuerzo para que nuestros discos sean grupales. A veces hay una gran cantidad de ideas dando vueltas en mi cabeza que superan la situación. Y cuando hay algo que no me gusta, no va. Pero me interesa escuchar el aporte de todos. En este disco hay un tema que es básicamente de Lulo y otro de Mariano. Esa apertura siempre estuvo. De alguna manera, está el lugar para el que lo quiera tomar. Probablemente la búsqueda de que este álbum se parezca más al show en vivo hizo que sonara más a banda y que se sintiera la unidad. Por eso me halaga cuando lo notan. A diferencia del anterior, este material fue creado en el estudio. Así que las canciones ya existían antes de grabarlas.
–¿Se planteó alguna vez que otro colega produzca sus discos?
–Me lo planteé, claro. Pero me sentiría un poco hipócrita porque todo el tiempo estoy pensando en cómo quiero que suenen los discos que produzco, especialmente los de Valle de Muñecas. En algún momento tengo que entregarle la criatura a otro. Me cuesta porque lo disfruto. Con todo lo difícil que es autoproducirse, que es mucho más complejo que producir a otra banda, lo vivo con un nivel de pasión que me absorbe.
–¿Le fastidia que no se puedan sacar de encima el rótulo de “banda de culto”?
–No buscamos ser una banda de culto, sino hacer la música que queremos y que la escuche todo el mundo. Tampoco me molesta que nos llamen así. Hay gente que se enoja con esa situación porque piensa que lo condenan al ostracismo eterno. Aunque cada año uno es más reconocido, me gustaría dar pasos más grandes. Yo reconozco que soy un obstinado de esto. Lo hago porque es mi pasión. Por eso mi mayor miedo es morirme con un disco a medio terminar.
–Además de reincidir en palabras e imágenes, sus temas se caracterizan por tener cierto dejo al otoño. ¿Lo hace adrede?
–Reconozco que si tuviese que ponerle colores a nuestras canciones, generalmente las asociaría con el otoño. Otra cosa que pasa es que se suele usar la palabra melancolía para referirse a la música, y en realidad es la idea que el común de la gente tiene sobre lo que significa. No hay en la música o las letras del grupo una nostalgia sobre el pasado.
–Más allá de que desarrolló un temperamento compositivo distintivo, ¿qué lo diferencia del resto de los cantautores locales?
–Mi idea de la producción y mi concepto del sonido cuando hago un disco es lo que me diferencia del resto de los cantautores locales. Sonoramente siento que estoy muy cerca de un montón de bandas que no son de mi generación, pero compositivamente me reconozco como un songwriter. Bob Dylan y Nick Drake son artistas a los que no les interesó la producción, aunque sí la hechura de canciones.
–¿Se identifica con la avanzada que surgió en los 2000?
–Cuando estuve en Menos Que Cero mis puntos de contacto eran Francisco Bochatón y Rosario Bléfari, pero no me identifiqué con el boom de cantautores de los 2000. Se trata de una generación que la sentí casi un revival del BA Rock 82. Yo era punk, y no me gustaba eso. Hay un montón de gente que escapa a la norma, y que hace canciones brillantes, y hay otros que repiten el cliché del cantautor con la guitarra, y eso me aburre mucho.
–El rapero Kendrick Lamar rompió con ese estereotipo del cantautor. ¿Ese modelo podría tener aceptación acá?
–Las cosas se van mezclando cada vez más. Hace muchos años, la manera de consumir música era muy diferente. Uno escuchaba muchos menos discos, y más veces. Recuerdo haber comprado álbumes que al principio me desilusionaron, pero que actualmente son mis preferidos porque los escuché seis o siete veces hasta que me entraron en la cabeza. Hoy la persona que no se deslumbra luego de cuatro tracks, pasa a otra cosa. Si hay tanta música para escuchar...
–Y eso es un poco lo que propone el indie en esta época.
–Hay un montón de cosas a las que se les llama así, y no entiendo por qué. La palabra “indie” hace años que no tiene que ver con la autogestión o el mainstream. Pedirle al indie rock que sea independiente es como exigirle al blues que sea triste. Es sólo un nombre.
–Si bien el blues se pudo “argentinizar”, ¿pasó lo mismo con el indie?
–Hay ciertos parámetros que tienen que ver con el indie rock en Argentina, y me parece que Suárez es la madre de esa camada de artistas. Cuando salimos con Menos Que Cero, hicimos algo que acá no existía, más allá de nuestra raíz punk y new wave. Hoy hay una cantidad inmensa de grupos con respecto a quince años atrás, y eso sucede porque ellos mismos pueden grabar sus discos y difundirlos. Antes uno hacía una banda, ensayaba, y con suerte grababa un álbum. Pero si no lo pasaban en la radio o no salían notas, a los dos años desaparecía. El afuera no te daba estímulos, a diferencia de esta época. Ahora colgás tus temas, los demás lo escuchan, y salís a tocar sin que tus discos estén en las disquerías. La gente ya no abandona, pone likes. El rock argentino de los últimos cinco años es el mejor que viví, y donde encontré artistas que tienen que ver con la música que me gusta y que ayudé a crear. Más allá de que haya bandas que lo reconozcan o no, lo más importante es que yo lo sé.